lunes, 15 de diciembre de 2008

Quiero compartir con ustedes el artículo de Rafael Osío Cabrices en la Revista "Todo en Domingo" de El Nacional, Domingo 14 de Diciembre de 2008.

La Vida Sigue

Recuerden

Rafael Osío Cabrices
osiocabrices@hotmail.com

Recuerden cuando las cosas eran distintas. Recuerden cuando se nos decía que Venezuela era un país abierto, moderno y hondamente democrático, civilista y amigo de las democracias. Era, en parte, una mentira, pero era una mentira que si bien nos hizo dormirnos sobre nuestros laureles y olvidar que la democracia no es sólo renta petrolera sino también igualdad, también nos dotó de una imagen del futuro, con la que nos animábamos a salir a hacer cosas cada mañana, y nos sentíamos parte de algo positivo y pujante. Era más o menos la época en que condenábamos todo terrorismo al mismo tiempo que los abusos de las superpotencias, y practicábamos un anticomunismo de hedonistas, cuya expresión más frecuente era recostarnos en una silla de playa con un whisky y decir con una sonrisa somnolienta: "Chico, este comunismo nos está matando". Uno no se detenía a pensar quién era adeco o copeyano o de izquierda, porque era por lo general irrelevante. La gente tenía nombres que se podían pronunciar y no era común escuchar decir "yo no cambio este país por nada", porque casi nadie parecía preocupado por tener que irse a vivir a otro.

Afuera se nos recibía con sorna o con cierto escándalo por nuestra gritería o nuestro provincianismo, pero que yo sepa no se nos consideraba idiotas a los que saquear los bolsillos o pillos de quienes había que esconder las hijas y las cajas fuertes. El trabajo tenía significado y valor, estaba bien visto ser responsable y la corrupción era, verdaderamente, un crimen que otro cometía, no una pandemia del espíritu.

Recuerden cuando todos saludábamos al llegar a un lugar y nos daba pena comernos la luz de un semáforo. A los niños de entonces nos regañaban si no éramos respetuosos con los adultos o si nos hacíamos pipí en la calle. Dábamos las gracias, el asiento a las damas, la dirección correcta. No decíamos groserías frente a las personas mayores ni robábamos objetos ajenos. No había chamos en uniforme del colegio pidiendo dinero a los extraños ni echando piropos ofensivos a las mujeres.

Miren un poco hacia atrás, los que tienen edad para hacerlo, los que pusieron atención a los cuentos de sus mayores. Allá, en esas capas de pasado que puede estar dorando un poco la nostalgia pero que nunca fueron el paisaje de un paraíso, había más campos sembrados, más industrias con personal completo, más museos con público. Recuerden que no siempre fue la vulgaridad la cima de la cultura, que existía el silencio, que se aceptaba la discreción y no se marginaba a la inteligencia (aunque nunca se le haya tenido, entre nosotros, como lo más valioso). El gran arte venezolano no se destruía sino que se defendía y se financiaba.

Sabana Grande era un sitio en el que nos tomábamos fotos los visitantes de provincia. Y los corales de Morrocoy aún vivían.

Recuerden una imagen reciente, que vimos todos: la de esos ancianos que con muletas, sillas de ruedas o andaderas hicieron un esfuerzo enorme y conmovedor por votar el 23 de noviembre pasado, una escena de compromiso por Venezuela que hemos visto en varias elecciones anteriores. El que esos abuelos hayan hecho eso dice mucho del país que conocieron y que insisten en defender.

Recuerden todo eso para cuando llegue la hora de fajarse a reconstruir este país. Porque esa hora se está acercando.