martes, 8 de julio de 2014

Día de la Independencia

En un patio sin luz, difícilmente crecerá bien un árbol.
Su mundo circundante no le da alguna oportunidad, lo deforma

Luis González Carvajal
La familia de Juan Carlos quiso celebrar que hace 203 años, el 5 de julio de 1811, los diputados y representantes de Caracas y de otras seis de las 10 provincias agrupadas en la Capitanía General de Venezuela, declararon solemnemente que sus provincias unidas son y debían ser un Estado libre, soberano e independiente, absueltas de toda sumisión a la Corona de España, con pleno poder para darse la forma de gobierno que fuera conforme a la voluntad general de sus pueblos. Era la primera vez que una colonia española de América declaraba su independencia.
Para la familia, la declaración de independencia de Venezuela fue un acto esencialmente civil. Tres días de intensa discusión en el Congreso, a la cabeza de la cual estuvieron brillantes diputados como Fernando Peñalver, Francisco de Miranda, Francisco Javier Yánez y Juan Germán Roscio, quien redactó la Declaración de Independencia y posteriormente sería corredactor de la primera Constitución de Venezuela, la de 1811.
La familia decidió celebrar este 203° aniversario de una manera original, o al menos diferente a como siempre lo hacen. Resolvió pasear con los chicos (de 12 y 10 años de edad) por el centro histórico de Caracas y llevarlos a los lugares donde ocurrieron los hechos civiles que dieron origen a la independencia de Venezuela. El padre y la madre piensan que los chicos necesitan unas dosis de amor por su país, y nada mejor para eso que un embate de patriotismo, ese engañoso sentimiento de orgullo nacional que al decir del colombiano Mauricio García Villegas, opaca nuestras miserias colectivas, exalta nuestras glorias y nos crea la [falsa] sensación de que pertenecemos a un grupo social único, de gente virtuosa cuyas hazañas serán recordadas por siempre. “Así como las religiones embolatan [o engañan] a la muerte, el patriotismo embolata al olvido
La familia aparca el auto en Chacaíto, a siete estaciones de distancia del centro. Es un buen día para coger el Metro y disfrutar de sus instalaciones y su servicio, como no puede hacerse en día laborable. Inmediatamente se topan con la primera multitud, haciendo una larga fila para comprar los tickets en la caseta del operador de turno, pues las máquinas acondicionadas para venderlos están vacías, anuladas por una inflación que se devoró al fulano “bolívar fuerte”. Comprar tickets con una o dos monedas se volvió una quimera.
La familia aborda el vagón. En el ambiente se respira aún el pesado aire de agobio de la semana laborable. En el sistema del aire acondicionado no hay (todavía) ozono; al menos por ahora, no tienen que pagar un impuesto para respirar en el Metro. Para ser justos, se percibe algún esfuerzo gubernamental por recuperar y modernizar nuestro único sistema de transporte. A pesar de todo, el Metro sigue siendo un referente de Caracas, la nostalgia de la ciudad que pudimos (o podríamos) ser y el síntoma de que en algún momento de nuestra historia, estábamos haciendo las cosas relativamente bien en Venezuela. La familia llega a su destino: Capitolio.
Los chicos suben por la escalera hacia la boca de la estación (Esquina de Bolsa, Mercaderes), ansiosos por ver (al fin) algunas edificios históricos que les han mencionados sus padres y que han visto solamente en sus libros de historia o de ciencias sociales: el Palacio de Las Academias, antigua sede de la Universidad de Caracas; el Palacio Federal Legislativo, maravilla arquitectónica que nos legó Antonio Guzmán Blanco que hoy día sirve de sede de la Asamblea Nacional. Al salir de la estación, vuelven a toparse con una multitud.
La familia enseguida se da cuenta de que podrá ver sólo de lejos los edificios. La fachada Oeste del Palacio Federal Legislativo y sus adyacencias están “tomadas” por vehículos y funcionarios militares, y unas barandas que no permiten acercarse a menos de 50 metros del llamado Paseo Patrimonial de Caracas. La escena es totalmente militar. Los chicos decepcionados preguntan. Sus padres no saben cómo justificar que en el día de una festividad esencialmente civil, los ciudadanos sean aislados y alejados de sus instituciones.
Afuera de las barandas militares, una marea de ciudadanos con camisas rojas y consignas prochavistas restringe la circulación peatonal. Esa sensación “patriótica” de que los venezolanos (todos) somos un grupo social único de pueblo libertador y gente virtuosa, súbitamente se desvanece. Parece que patriotas son sólo ellos, los rojos. La familia rodea (como puede) la sede del Palacio Federal Legislativo e intenta llegar a la Plaza Bolívar. En el camino, se topan con una pantalla gigante que muestra lo que está ocurriendo en el interior del parlamento de Venezuela.
El orador de orden es un señor lleno de insignias y colorines en su verde uniforme. El insert de la pantalla explica que es un “general en jefe”, líder del Comando Estratégico Operacional de la Fuerza Armada Nacional. ¡Sí, un militar! Los niños preguntan otra vez. Cuesta explicarles que sea un militar quien les explique a los diputados, a los civiles, cómo fue que los diputados de 1811, también civiles, gestaron y proclamaron la independencia. La familia logra escuchar algo de lo que dice el general en jefe: “… Esta Fuerza Armada es chavista. Chávez no es un partido político, no es una entelequia; Chávez es una doctrina militar, política y económica…”. Aquella sensación “patriótica” de que la Independencia nos une, de que los venezolanos (todos) somos un grupo social único, se diluyó definitivamente. La patria y la independencia es sólo de un grupo, y quienes la encarnan mejor son los militares, no los civiles.
Cuando la familia logra alcanzar la Plaza Bolívar, se tropieza con un “hecho turístico” no previsto. En torno a la fachada Este del Palacio Federal Legislativo, hay aparcadas (y atravesadas) no menos de 50 “camionetotas” (o vehículos rústicos), la mayoría de la afamada marca japonesa, blindadas y de color negro. Alrededor, no hay gente del pueblo con camisas rojas. Sí hay decenas de escoltas con sus motos, sus chaquetas negras y sus armamentos. De eso trata el “Plan Patria Segura”: la patria viaja blindada, segura y sin tráfico. “Maduro es pueblo”, proclama una valla cercana.
El mayor de los niños le cuenta a sus padres que en Estados Unidos, la gente puede ir al museo (en Washington) cualquier día y mirar el Acta de Independencia de ese país. “Yo lo vi en una película, ¿dónde podemos ver nosotros el Acta de Venezuela?”. Sus padres no saben cómo explicarle que el Acta de Independencia de Venezuela está oculta, en un arca bajo llave, adentro de ese hermoso edificio, cercado por la “Patria Segura”, la de los militares, barandas, “camionetotas” y escoltas.
Finalmente, la familia pudo disfrutar de la Plaza Bolívar y de los edificios adyacentes, incluyendo la Catedral de Caracas y la Casa Amarilla, los lugares donde comenzó la independencia de Venezuela, el 19 de abril de 1810. De allí caminaron hasta la Casa Natal del Libertador (me refiero a Simón Bolívar) y el Museo Bolivariano. Ambos lugares están razonablemente cuidados y mantenidos, pero en la entrada de ambos, predomina siempre la misma imagen y la misma foto: la de un señor que falleció en 2013, al que unos llaman “comandante eterno” y otros el “segundo Libertador”. Por momentos, la familia no sabe en dónde está, en la casa natal de cuál libertador, si en la del primero o en la del segundo.
El interior de ambos recintos está repleto de muebles, cuadros y bienes que los chicos han visto sólo en sus libros de historia. Ambos están fascinados. Por fortuna, no se dedican a leer cada uno de los carteles que cuelgan en la exhibición. En la mayoría, el gobierno bolivariano intenta escribir la historia con odio y resentimiento. La antigua historia oficial, que ciertamente merecía correcciones porque fue descrita con algún sesgo pro-español, pretende ser reemplazada por nueva historia oficial. En ella existen solamente el lado puro de los negros esclavizados e indígenas asesinados, y el lado oscuro de los españoles invasores, asesinos y genocidas; y la religión católica fue solamente un “manto de dominación colonial”. Los adultos se preguntan cómo o porqué los burócratas inscriben a sus hijos en colegios privados católicos (y no en colegios públicos laicos), y se someten a semejante dominación. Así de simple, así de blanco y negro, es el nuevo pensamiento histórico.
En el tercer piso del Museo, los chicos se topan extrañados con un cartel que explica que entre 1811 y 1815, la independencia fracasó porque no contaba con apoyo popular. “O sea, ¿que la gente no quería la Independencia?”, pregunta uno de los chicos. El padre le responde que a veces los pueblos pueden equivocarse; y que algunas veces, los líderes (como Mandela) deben seguir sus ideales y hacer sus revoluciones, aún en contra de lo que quiere la mayoría.
La familia regresó a buscar el auto. En el camino de regreso a casa, una “cadena” nacional de radio y televisión transmite el desfile militaren conmemoración de los 203 años de la firma del Acta de Independencia y día de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana” que se celebra, no en honor de nuestros padres fundadores, los civiles que proclamaron la independencia (como creía la familia) sino “en honor al comandante supremo y eterno”. Como era de esperarse, el desfile está encabezado por una militar, la vicealmirante Maribel Parra, quien se proclama “hija de Chávez y dispuesta a defender su legado”: “Para este pueblo heroico Chávez es nuestro segundo Libertador porque con su ejemplo nos enseñó a ser verdaderos ideales patriotas y hoy a 16 meses de su salto a la inmortalidad se ha multiplicado… ¡Chávez vive, la patria sigue…”.

La familia llegó a su casa con una rara sensación. Tal vez se equivocó de ruta. Tal vez el año próximo deba ir hasta Sabaneta de Barinas (y no al centro de Caracas), para visitar la casa natal del “segundo Libertador”, allí donde nació el que supuestamente más amó a la patria, les enseñó a quererla y a ser verdaderos patriotas. O tal vez el año próximo la familia ya viva en otro país, después de aceptar (con resignación) nuestras miserias colectivas y que ya no pertenecen a un grupo social único.

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