viernes, 3 de mayo de 2013

Periodismo con compromiso


“Creo que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre, o una buena mujer: buenos seres humanos”
Ryszard Kapuściński. Los cínicos no sirven para este oficio. 2002

En la víspera de consumarse la venta de Globovisión a sus nuevos accionistas, he querido retomar algunas ideas que expresé en un artículo publicado en la web de ese medio de comunicación, en diciembre de 2012, en ocasión de su aniversario.
I
La decisión de vender Globovisión no fue libremente elegida por sus actuales accionistas. Por el contrario, es una decisión que tomó su principal accionista por causa de lo que él denominó “inviabilidad” de ese canal de televisión.
“Somos inviables políticamente –escribió el Presidente del canal en una carta a sus trabajadores– porque estamos en un país totalmente polarizado y del lado contrario de un gobierno todopoderoso que quiere vernos fracasar. Somos inviables jurídicamente porque tenemos una concesión que termina y no hay actitud de renovárnosla.”.
Esto último es así porque la Comisión Nacional de Telecomunicaciones no aplica reglas de juego transparentes en el otorgamiento y renovación de la concesiones, sino que lo hace a su total y entera discreción, con lo cual la línea editorial e informativa de los medios radioeléctricos se ve condicionada por las presiones de este gobierno, o de cualquiera de turno.
Así las cosas, Globovisión no fue clausurada por una decisión administrativa imputable al Poder Ejecutivo, que halló otra manera –menos visible y costosa políticamente– de sancionar al medio por mantener una línea editorial independiente, no sumisa a censuras ni presiones. La venta forzosa del medio fue la consecuencia de una sistemática y pertinaz campaña de hostigamiento gubernamental. La inviabilidad de Globovisión, explicada en la carta del actual Presidente, no consiste en un mal modelo de negocios. Todo lo contrario, la inviabilidad en este caso es consecuencia de un modelo de negocios que a pesar de su éxito, quedó inevitablemente comprometido por el acoso “legal” que le impuso el gobierno de Hugo Chávez a ese canal de televisión.
II
El artículo difundido en diciembre de 2012 respondió a un debate originalmente propuesto por un conocido comunicador social y ancla en otro canal de televisión, mediante un artículo publicado en la prensa nacional. Este conocido periodista –al que optamos por llamar Juan– defendió el tipo de periodismo que él dice practicar en el noticiero de su canal, y concretamente defendió su derecho a ser “neutral” ante lo que ocurre hoy día en Venezuela, pues en su criterio, hay dos realidades en el País y él como profesional se debe a las dos posturas, incluso a esa en la que él no cree. Como profesionales –escribió– “no podemos utilizar un medio de comunicación para imponer nuestras ideas personales, pues nos debemos a una ‘comunidad plural”.
El periodista Juan denunció el daño que –según su criterio– han causado aquellos que han tratado de hacer creer que el buen periodismo es “aquel que fija posición política” –lo que él entiende como “aquel que dice solo las verdades de una parcialidad,… aquel que no es capaz de reconocer que existe una contraparte o que una realidad tiene dos verdades”. Para Juan, los periodistas son servidores públicos y no jueces; su deber es informar y no juzgar; tienen una responsabilidad con todo su público y no solo con una parte; son periodistas y no políticos.
Ratifico que discrepo de algunos conceptos y conclusiones propuestas por Juan en su artículo, pero rescato su valentía de proponer públicamente una discusión ineludible en la Venezuela de hoy, que nadie parece querer discutir: ¿en qué consiste el deber de imparcialidad o neutralidad (sic) que en su opinión, debe tener el periodista venezolano frente a la actual circunstancia política?
III
Este debate es pertinente –y repito, ineludible– porque, aunque yo no soy periodista y no pretendo opinar como tal, mi experiencia reciente como abogado de Globovisión me ha permitido ser testigo de cómo algunos periodistas se han debatido moralmente entre su incuestionable deber de imparcialidad en la exposición y análisis de los hechos (que es lo defendido por Juan), por una parte; y por la otra, su instinto natural de “resistencia” ante un gobierno que les ha negado de manera arbitraria y sistemática el acceso a la información de interés público, que los discrimina, que ha irrespetado reiteradamente su dignidad, y que incluso los ha agredido física y moralmente (aspectos sobre los cuales me hubiera gustado conocer la opinión de Juan).
Sobre lo primero –la imparcialidad– fui también testigo afortunado de como un propietario y directivo de medios, a quien admiro y respeto, tuvo la honestidad de reconocer que la carencia de partidos políticos fuertes convirtió a los medios en un factor político, pero que “[e]sa, definitivamente, no es nuestra función…”. Y lo que dice es correcto, pues como bien lo postula el Código Europeo de Deontología del Periodismo (1993), sería erróneo pensar que los medios de comunicación representan a la opinión pública o que deben sustituir las funciones propias de los poderes públicos pues de esta manera, los medios y los periodistas se convertirían en poderes o contrapoderes; por tanto, “el ejercicio del periodismo no debe condicionar ni mediatizar la información veraz o imparcial y las opiniones honestas con la pretensión de crear o formar la opinión pública,…”.
Desde mi punto de vista, la imparcialidad le exige a los medios y a sus periodistas, que sus programas y servicios informativos –no los de opinión– estén libres de prejuicios, muestren amplitud de criterio y presenten información veraz (que no es lo mismo que verdadera). Y es por ello que los periodistas deben esforzarse para evitar que la cobertura y presentación de la información se vea influida indebidamente por una postura política o la de un grupo de presión. Es muy mala señal cuando un reportero o un presentador de noticias dan la impresión de estar comprometidos con un partido político o algún grupo social o económico.
Pero la imparcialidad informativa no supone –creo yo, y aquí comienzan mis discrepancias con Juan– que el periodista deba ser neutral en sus opiniones, ni que deba presentar neutralmente las opiniones de otros, menos aún cuando el periodista considera que está frente a una situación de grave injusticia o de grave contradicción con los valores y principios de la sociedad en la que vive, o con valores que considera universales.
La realidad es que ningún periodista –ni siquiera Juan– es neutral. Cuando Juan dijo ver en Venezuela sólo dos realidades y eligió no tomar partido por una de ellas, ya Juan hizo una elección. Juan descartó que haya más de dos realidades y además eligió ser imparcial, y esa elección no fue neutral. Juan eligió de esta manera porque en su escala y jerarquía de valores, la imparcialidad parece haber prevalecido sobre otros valores que probablemente él tiene y coinciden con alguna de esas dos realidades.
Cuando un periodista expone su opinión, no necesariamente está utilizando el medio de comunicación para imponer sus ideas personales. Los periodistas se deben a una “comunidad plural” de la que ellos también forman parte, y por tanto tienen el derecho de exponer sus opiniones y de presentar las de otros, en el contexto de una determinada línea editorial. Esto es legítimo en una sociedad democrática y no significa (necesariamente) que el periodista o el medio intentan imponer sus ideas. Aunque –hay que reconocerlo– hay también comunicadores sociales que sí quieren imponerle sus ideas al entrevistado, y cuando esto ocurre, lo más apropiado es cambiar de canal.
Fijar una posición política no consiste en decir sólo las verdades de una parcialidad, o no reconocer que existe una realidad con dos [o más] verdades (lo que de ocurrir, sería más bien una violación del deber de transparencia). Cuando un periodista o un medio fija una posición política, y la hace visible de manera transparente, lo hace para abonarla al debate público y contrastarla con otras posturas. Eso fue, precisamente, lo que hizo Juan con su artículo.
IV
He apoyado y soy corresponsable de algunas obras y actitudes de Globovisión. He sido –y aún lo soy– crítico de otras. En mi balance, yo aprecio y felicito el periodismo que se ha hecho en Globovisión. Un periodismo independiente (de partidos políticos y de grupos de presión) y comprometido, pero no con un partido o parcialidad política, sino con la defensa de la libertad, el pluralismo y los derechos humanos. Globovisión encarna –así lo he sentido siempre– un compromiso con unas ideas y unos valores que –dicho sea de paso– están previstos en la Constitución, que unos comparten y otros no, o que los aprecian de manera diferente.
Cuando ese tipo periodismo es realizado con transparencia y la línea editorial es visible para el ciudadano (como lo ha sido la de Globovisión), no es moral ni profesionalmente reprochable. A unos puede gustarle y a otros no, y en este último caso usted puede cambiar de canal, pero es un periodismo tan válido y respetable como el periodismo “neutral” (que sí debería realizarse en los medios de comunicación gestionados por el Estado). Lo que sí es criticable y moralmente reprochable, es aquel periodista o aquel medio que se presenta ante la opinión pública como justo, neutral o balanceado, con el único propósito de eludir su responsabilidad por actitudes conspirativas o conductas censurables del pasado, o para ocultar una postura que defiende intereses particulares no-visibles para los ciudadanos. O lo que es peor, que un “periodista” o un medio defiendan intereses partidistas u otros particulares con fondos públicos (que además es corrupción).
Este periodismo independiente pero comprometido no es una contradicción con la imparcialidad informativa. Lo justifica claramente el citado Código Europeo de ética periodística, ese mismo que postula la imparcialidad de la información, pero que reconoce también, que cuando se dan situaciones de tensión y de conflictos en las sociedades, nacidos bajo la presión de factores como la discriminación, “los medios de comunicación tienen la obligación moral de defender los valores de la democracia [y] el respeto a la dignidad humana,… y en consecuencia oponerse a la violencia y al lenguaje del odio y del enfrentamiento, rechazando toda discriminación”. Aún más: “En lo referente a la defensa de los valores democráticos, nadie debe ser neutral.”.
Lo señala también el Código de Ética Periodística de la UNESCO (1983), en su numeral 8: “[e]l verdadero periodista defiende los valores universales del humanismo, en particular la paz, la democracia, los derechos del hombre, el progreso social y la liberación nacional,…”. Y por si queda alguna duda, esto mismo lo exige el Código de Ética del Periodista Venezolano (1976), ese mismo que invocan algunos para justificar su supuesta neutralidad o para intentar justificar sus críticas a Globovisión. Ese Código de Ética le impone a los periodistas venezolanos los deberes de luchar por la vigencia y efectividad de la libertad de expresión y el derecho a la información (Art. 2); de “impedir la concepción, promulgación y aplicación de decisiones que de alguna manera disminuyan, dificulten o anulen el ejercicio de la libertad de expresión y el libre acceso a las fuentes y medios de información.” (Art. 3); de “combatir sin tregua a todo régimen que adultere o viole los principios de la democracia, la libertad, la igualdad y la justicia.” (Art. 43); y de “denunciar a cualquier persona, ente público o privado, que atente contra los principios de la libertad de expresión y derecho a la información que tiene todo ciudadano,…” (Art. 46).
A la luz de estos principios éticos, ¿puede realmente cuestionarse a un periodista o a un medio por cuestionar –en sus opiniones– la Ley Resorte o a la aplicación de que de esta hace CONATEL, si ellos consideran que esa Ley o su manera de aplicarla restringen irrazonablemente el ejercicio de la libertad de expresión e información? ¿Puede realmente cuestionarse a un periodista o a un medio por pugnar y cuestionar a una “Revolución” en cuya doctrina y programa de gobierno se proclama su “hegemonía ética, moral y espiritual” y se predica la necesidad de que la Revolución consolide su “hegemonía comunicacional” y “la hegemonía y el control de la orientación política, social, económica y cultural de la nación”?
V
Yo no digo que el periodismo hecho en Globovisión sea mejor que el periodismo hecho por Juan o por el medio donde trabaja Juan, simplemente son diferentes. Lo que sí digo es que de haber sido periodista, hubiera querido ser periodista de Globovisión. Por eso sigo aquí, aunque sea como abogado, colaborando con profesionales y trabajadores en cuyo periodismo creo. Y mientras haya aquí empresarios y comunicadores comprometidos con su país, con la democracia y con el pluralismo, seguiré aquí.
“La literatura debe comprometerse con los problemas de su tiempo y el escritor escribir con la convicción de que escribiendo puede ayudar a los demás a ser más libres, sensibles y lúcidos”
Mario Vargas Llosa. La civilización del espectáculo. 2012

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