jueves, 23 de mayo de 2013

Las defensas del periodismo


“Mientras unos van a trabajar y otros a buscar trabajo, mientras unos van a la mina y otros al banco, quien se queda de guardia es el periodista para vigilar qué tal se porta el poder…” Iñaki Gabilondo. 2011
Ayer se reunieron por primera vez los nuevos accionistas del canal Globovisión con el gobierno del Presidente proclamado por el Consejo Nacional Electoral, Nicolás Maduro. Poco después, el presidente del canal y el Vicepresidente Ejecutivo de la República ofrecieron unas declaraciones que inmediatamente originaron muchos cuestionamientos en las redes sociales.
I
Muchos venezolanos temen –y otros incluso lo aseguran– que a pesar de que los trabajadores de Globovisión siguen casi todos en sus puestos de trabajo, los nuevos accionistas modificarán la línea editorial independiente que ha caracterizado a ese canal desde su fundación, y que se plegarán a una línea editorial complaciente con el gobierno.
Las preocupaciones de estos venezolanos son comprensibles, pero no necesariamente justificadas. Enjuiciar a la “nueva” Globovisión por una corta reunión –que era necesaria– o por unas breves declaraciones –tal vez equívocas– es prematuro y –al menos por ahora– injusto, no sólo para sus accionistas sino principalmente para quienes han sido la sangre de Globovisión: sus trabajadores.
En el año 2001, el presidente Hugo Chávez declaró a Globovisión “enemigo” de la Revolución Bolivariana, y desde entonces, el gobierno emprendió en su contra una campaña sistemática de odio, contra la cual hubieran podido defenderse si en Venezuela hubiera Estado de Derecho y se contara con un poder judicial independiente del gobierno. Como no es así, se vieron forzados a sufrir la impunidad que padecemos todos los venezolanos y a buscar justicia en el único lugar donde la pudieron encontrar: el Sistema Interamericano de Derechos Humanos. Allí se les otorgaron diversas medidas de protección, ninguna de las cuales fue respetada por el Gobierno.
A pesar de este ambiente de hostilidad y arbitrariedad –mucho más intenso del que la mayoría de los venezolanos han debido soportar– los trabajadores de Globovisión resistieron sin cesar en defensa del derecho a buscar, recibir y difundir información, con libertad y sin censura. Nunca, ni siquiera cuando más se les intentó acorralar, abandonaron la defensa de sus derechos, valores y principios. ¿Qué le hace pensar a muchos venezolanos, que supuestas intenciones malignas encontrarán terreno fértil en esta Globovisión que hemos conocido?
II
Las elecciones celebradas el pasado 14 de abril confirmaron el crecimiento irreversible de la alternativa electoral que reiteradamente ha prometido romper este ya insoportable clima de elevada conflictividad que hemos vivido los venezolanos. En la Venezuela que emergió de esas elecciones, los actores políticos y sociales –incluso los medios de comunicación– tienen la obligación de contribuir a reducir ese clima de antagonismo.
Esto no implica suprimir las diferencias, todo lo contrario. Frente a un gobierno cuyo programa de gobierno promete consolidar la hegemonía plena de la Revolución –incluso su hegemonía moral– no queda otra alternativa que oponerse y resistir por todos los medios constitucionales. Pero la escasa democracia que tenemos en Venezuela subsistirá sólo si los diversos actores políticos y sociales reconocemos que no debemos “hacernos papilla” ni hacernos recíprocamente la vida imposible. El respeto mutuo, sin renunciar a nuestros principios y valores, es la clave para restablecer la normalidad institucional y la paz que esperamos todos los venezolanos de buena voluntad, de cualquier simpatía política.
La reunión de ayer entre el gobierno y Globovisión obedece –así lo veo yo– al deseo que aparentemente tienen ambas partes de contribuir a reducir el clima de hostilidad, o al menos a mantenerlo dentro de límites razonables en una sociedad democrática, en la cual el antagonismo entre poder y libertad de expresión es natural. Otras “lecturas” de la reunión son posibles; yo prefiero esta, aún a riesgo de equivocarme.
III
En su libro “El fin de una época: Sobre el oficio de contar las cosas” (Barcelona: Paidós. 2011), el prestigioso periodista vasco Iñaki Gabilondo advierte sobre los peligros que enfrenta hoy el periodismo (y no sólo en Globovisión, ni sólo en España o en Venezuela): la tecnología, la lógica de la rentabilidad y las estrategias de la empresa. Frente a los cuales, la principal arma de defensa  de un periodista deben ser sus principios éticos; “el último lugar en que el periodismo podrá conservarse será allí donde se sitúe su principio ético”. Así lo explica Gabilondo:
“A lo largo de 50 años en este oficio, he aprendido que las cosas cambian muchísimo, a pesar de caer a menudo en el clásico error de perspectiva: uno siempre cree que el tiempo en el que vive es el momento cenital en la historia de la humanidad;… [E]xiste un elemento fundamental que permanece inalterable a la hora de abordar el trabajo: el hecho de que alguien cuenta. No merece la pena distraerse con los elementos que seguro cambiarán: la tecnología, la lógica económica o las estrategias de empresa que se fabrican y se construyen. El periodista, por el contrario, tiene que defenderse a través de sus principios éticos. Lo que de verdad protege a un periodista no es la comodidad con que se acurruque en los faldones de la empresa, sino su capacidad para lograr que el periodismo se convierta en una profesión que tenga un encaje en la realidad social; un encaje que permanezca a salvo de cualesquiera modificaciones empresariales que se puedan producir. Valoremos un símil: un cirujano se lava las manos antes de operar. Si trabaja en un hospital privado, se lava las manos antes de operar y si trabaja en un hospital público también. Si el hospital está en una situación de pérdidas, también. Si el hospital se asocia con veinte multinacionales de la cirugía, también. Y si trabaja en un centro pequeño, el cirujano también se lava las manos antes de operar. El cirujano ha institucionalizado el principio de lavarse las manos antes de operar como una realidad que le protege de cualquier vaivén que se produzca en el mundo. Nadie logrará nunca que un cirujano no se lave las manos antes de operar. Lo que le protegerá profesionalmente será siempre esa condición. Un cirujano ejerce su profesión de acuerdo con unos parámetros que ha convertido en leyes y que no permite que la sociedad cuestione. No importa lo que le ocurra al hospital, él sabrá siempre que su trabajo se desarrolla de ese modo. Y sin embargo el periodismo español no ha rescatado ninguna línea defensiva… El periodismo nunca ha logrado decir: ‘Perdone, pero sepan que este tipo de actividad nosotros la desarrollamos de esta manera tanto si nos compra Disney como si pertenece a la Iglesia como si pertenece a Polanco; tanto si es del Frente de Juventudes como del Comunismo Internacional’…
El periodismo sólo estará a salvo mientras exista un reducto ético reconocido por la sociedad, al margen de los condicionantes del lugar que ocupemos, sea éste una emisora de la Generalitat [parlamento], un canal privado o una cadena de la iglesia. La condición del espacio en el que trabajamos puede convertirse, ciertamente, en un elemento que adjetive nuestra acción, pero jamás la puede sustantivar. El sustantivo de nuestra acción debe ser común a todos… Ese sustantivo es el que determina cómo se comporta un periodista. No importa el medio en el que ejerza, debe existir un compromiso con la gente, unas obligaciones que cumplir en el ejercicio de este oficio. Uno puede ser periodista de izquierdas, pero periodista. Periodista del Opus [Dei], pero periodista. Incluso periodista masón, pero periodista al cabo. Porque nuestra condición de periodista nos parapeta en ese determinado tipo de cuadro…”
Globovisión no es una casa, unos carros, unos equipos o unas acciones mercantiles. Es –como lo dijo un periodista del canal– un “espíritu de cuerpo” que durante los últimos 18 años, con todo y los tropiezos, con sus aciertos y sus errores, ha sido siempre la referencia informativa de Venezuela. Y mientras ese espíritu de cuerpo prevalezca, podrá seguirlo siendo.

viernes, 3 de mayo de 2013

Periodismo con compromiso


“Creo que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre, o una buena mujer: buenos seres humanos”
Ryszard Kapuściński. Los cínicos no sirven para este oficio. 2002

En la víspera de consumarse la venta de Globovisión a sus nuevos accionistas, he querido retomar algunas ideas que expresé en un artículo publicado en la web de ese medio de comunicación, en diciembre de 2012, en ocasión de su aniversario.
I
La decisión de vender Globovisión no fue libremente elegida por sus actuales accionistas. Por el contrario, es una decisión que tomó su principal accionista por causa de lo que él denominó “inviabilidad” de ese canal de televisión.
“Somos inviables políticamente –escribió el Presidente del canal en una carta a sus trabajadores– porque estamos en un país totalmente polarizado y del lado contrario de un gobierno todopoderoso que quiere vernos fracasar. Somos inviables jurídicamente porque tenemos una concesión que termina y no hay actitud de renovárnosla.”.
Esto último es así porque la Comisión Nacional de Telecomunicaciones no aplica reglas de juego transparentes en el otorgamiento y renovación de la concesiones, sino que lo hace a su total y entera discreción, con lo cual la línea editorial e informativa de los medios radioeléctricos se ve condicionada por las presiones de este gobierno, o de cualquiera de turno.
Así las cosas, Globovisión no fue clausurada por una decisión administrativa imputable al Poder Ejecutivo, que halló otra manera –menos visible y costosa políticamente– de sancionar al medio por mantener una línea editorial independiente, no sumisa a censuras ni presiones. La venta forzosa del medio fue la consecuencia de una sistemática y pertinaz campaña de hostigamiento gubernamental. La inviabilidad de Globovisión, explicada en la carta del actual Presidente, no consiste en un mal modelo de negocios. Todo lo contrario, la inviabilidad en este caso es consecuencia de un modelo de negocios que a pesar de su éxito, quedó inevitablemente comprometido por el acoso “legal” que le impuso el gobierno de Hugo Chávez a ese canal de televisión.
II
El artículo difundido en diciembre de 2012 respondió a un debate originalmente propuesto por un conocido comunicador social y ancla en otro canal de televisión, mediante un artículo publicado en la prensa nacional. Este conocido periodista –al que optamos por llamar Juan– defendió el tipo de periodismo que él dice practicar en el noticiero de su canal, y concretamente defendió su derecho a ser “neutral” ante lo que ocurre hoy día en Venezuela, pues en su criterio, hay dos realidades en el País y él como profesional se debe a las dos posturas, incluso a esa en la que él no cree. Como profesionales –escribió– “no podemos utilizar un medio de comunicación para imponer nuestras ideas personales, pues nos debemos a una ‘comunidad plural”.
El periodista Juan denunció el daño que –según su criterio– han causado aquellos que han tratado de hacer creer que el buen periodismo es “aquel que fija posición política” –lo que él entiende como “aquel que dice solo las verdades de una parcialidad,… aquel que no es capaz de reconocer que existe una contraparte o que una realidad tiene dos verdades”. Para Juan, los periodistas son servidores públicos y no jueces; su deber es informar y no juzgar; tienen una responsabilidad con todo su público y no solo con una parte; son periodistas y no políticos.
Ratifico que discrepo de algunos conceptos y conclusiones propuestas por Juan en su artículo, pero rescato su valentía de proponer públicamente una discusión ineludible en la Venezuela de hoy, que nadie parece querer discutir: ¿en qué consiste el deber de imparcialidad o neutralidad (sic) que en su opinión, debe tener el periodista venezolano frente a la actual circunstancia política?
III
Este debate es pertinente –y repito, ineludible– porque, aunque yo no soy periodista y no pretendo opinar como tal, mi experiencia reciente como abogado de Globovisión me ha permitido ser testigo de cómo algunos periodistas se han debatido moralmente entre su incuestionable deber de imparcialidad en la exposición y análisis de los hechos (que es lo defendido por Juan), por una parte; y por la otra, su instinto natural de “resistencia” ante un gobierno que les ha negado de manera arbitraria y sistemática el acceso a la información de interés público, que los discrimina, que ha irrespetado reiteradamente su dignidad, y que incluso los ha agredido física y moralmente (aspectos sobre los cuales me hubiera gustado conocer la opinión de Juan).
Sobre lo primero –la imparcialidad– fui también testigo afortunado de como un propietario y directivo de medios, a quien admiro y respeto, tuvo la honestidad de reconocer que la carencia de partidos políticos fuertes convirtió a los medios en un factor político, pero que “[e]sa, definitivamente, no es nuestra función…”. Y lo que dice es correcto, pues como bien lo postula el Código Europeo de Deontología del Periodismo (1993), sería erróneo pensar que los medios de comunicación representan a la opinión pública o que deben sustituir las funciones propias de los poderes públicos pues de esta manera, los medios y los periodistas se convertirían en poderes o contrapoderes; por tanto, “el ejercicio del periodismo no debe condicionar ni mediatizar la información veraz o imparcial y las opiniones honestas con la pretensión de crear o formar la opinión pública,…”.
Desde mi punto de vista, la imparcialidad le exige a los medios y a sus periodistas, que sus programas y servicios informativos –no los de opinión– estén libres de prejuicios, muestren amplitud de criterio y presenten información veraz (que no es lo mismo que verdadera). Y es por ello que los periodistas deben esforzarse para evitar que la cobertura y presentación de la información se vea influida indebidamente por una postura política o la de un grupo de presión. Es muy mala señal cuando un reportero o un presentador de noticias dan la impresión de estar comprometidos con un partido político o algún grupo social o económico.
Pero la imparcialidad informativa no supone –creo yo, y aquí comienzan mis discrepancias con Juan– que el periodista deba ser neutral en sus opiniones, ni que deba presentar neutralmente las opiniones de otros, menos aún cuando el periodista considera que está frente a una situación de grave injusticia o de grave contradicción con los valores y principios de la sociedad en la que vive, o con valores que considera universales.
La realidad es que ningún periodista –ni siquiera Juan– es neutral. Cuando Juan dijo ver en Venezuela sólo dos realidades y eligió no tomar partido por una de ellas, ya Juan hizo una elección. Juan descartó que haya más de dos realidades y además eligió ser imparcial, y esa elección no fue neutral. Juan eligió de esta manera porque en su escala y jerarquía de valores, la imparcialidad parece haber prevalecido sobre otros valores que probablemente él tiene y coinciden con alguna de esas dos realidades.
Cuando un periodista expone su opinión, no necesariamente está utilizando el medio de comunicación para imponer sus ideas personales. Los periodistas se deben a una “comunidad plural” de la que ellos también forman parte, y por tanto tienen el derecho de exponer sus opiniones y de presentar las de otros, en el contexto de una determinada línea editorial. Esto es legítimo en una sociedad democrática y no significa (necesariamente) que el periodista o el medio intentan imponer sus ideas. Aunque –hay que reconocerlo– hay también comunicadores sociales que sí quieren imponerle sus ideas al entrevistado, y cuando esto ocurre, lo más apropiado es cambiar de canal.
Fijar una posición política no consiste en decir sólo las verdades de una parcialidad, o no reconocer que existe una realidad con dos [o más] verdades (lo que de ocurrir, sería más bien una violación del deber de transparencia). Cuando un periodista o un medio fija una posición política, y la hace visible de manera transparente, lo hace para abonarla al debate público y contrastarla con otras posturas. Eso fue, precisamente, lo que hizo Juan con su artículo.
IV
He apoyado y soy corresponsable de algunas obras y actitudes de Globovisión. He sido –y aún lo soy– crítico de otras. En mi balance, yo aprecio y felicito el periodismo que se ha hecho en Globovisión. Un periodismo independiente (de partidos políticos y de grupos de presión) y comprometido, pero no con un partido o parcialidad política, sino con la defensa de la libertad, el pluralismo y los derechos humanos. Globovisión encarna –así lo he sentido siempre– un compromiso con unas ideas y unos valores que –dicho sea de paso– están previstos en la Constitución, que unos comparten y otros no, o que los aprecian de manera diferente.
Cuando ese tipo periodismo es realizado con transparencia y la línea editorial es visible para el ciudadano (como lo ha sido la de Globovisión), no es moral ni profesionalmente reprochable. A unos puede gustarle y a otros no, y en este último caso usted puede cambiar de canal, pero es un periodismo tan válido y respetable como el periodismo “neutral” (que sí debería realizarse en los medios de comunicación gestionados por el Estado). Lo que sí es criticable y moralmente reprochable, es aquel periodista o aquel medio que se presenta ante la opinión pública como justo, neutral o balanceado, con el único propósito de eludir su responsabilidad por actitudes conspirativas o conductas censurables del pasado, o para ocultar una postura que defiende intereses particulares no-visibles para los ciudadanos. O lo que es peor, que un “periodista” o un medio defiendan intereses partidistas u otros particulares con fondos públicos (que además es corrupción).
Este periodismo independiente pero comprometido no es una contradicción con la imparcialidad informativa. Lo justifica claramente el citado Código Europeo de ética periodística, ese mismo que postula la imparcialidad de la información, pero que reconoce también, que cuando se dan situaciones de tensión y de conflictos en las sociedades, nacidos bajo la presión de factores como la discriminación, “los medios de comunicación tienen la obligación moral de defender los valores de la democracia [y] el respeto a la dignidad humana,… y en consecuencia oponerse a la violencia y al lenguaje del odio y del enfrentamiento, rechazando toda discriminación”. Aún más: “En lo referente a la defensa de los valores democráticos, nadie debe ser neutral.”.
Lo señala también el Código de Ética Periodística de la UNESCO (1983), en su numeral 8: “[e]l verdadero periodista defiende los valores universales del humanismo, en particular la paz, la democracia, los derechos del hombre, el progreso social y la liberación nacional,…”. Y por si queda alguna duda, esto mismo lo exige el Código de Ética del Periodista Venezolano (1976), ese mismo que invocan algunos para justificar su supuesta neutralidad o para intentar justificar sus críticas a Globovisión. Ese Código de Ética le impone a los periodistas venezolanos los deberes de luchar por la vigencia y efectividad de la libertad de expresión y el derecho a la información (Art. 2); de “impedir la concepción, promulgación y aplicación de decisiones que de alguna manera disminuyan, dificulten o anulen el ejercicio de la libertad de expresión y el libre acceso a las fuentes y medios de información.” (Art. 3); de “combatir sin tregua a todo régimen que adultere o viole los principios de la democracia, la libertad, la igualdad y la justicia.” (Art. 43); y de “denunciar a cualquier persona, ente público o privado, que atente contra los principios de la libertad de expresión y derecho a la información que tiene todo ciudadano,…” (Art. 46).
A la luz de estos principios éticos, ¿puede realmente cuestionarse a un periodista o a un medio por cuestionar –en sus opiniones– la Ley Resorte o a la aplicación de que de esta hace CONATEL, si ellos consideran que esa Ley o su manera de aplicarla restringen irrazonablemente el ejercicio de la libertad de expresión e información? ¿Puede realmente cuestionarse a un periodista o a un medio por pugnar y cuestionar a una “Revolución” en cuya doctrina y programa de gobierno se proclama su “hegemonía ética, moral y espiritual” y se predica la necesidad de que la Revolución consolide su “hegemonía comunicacional” y “la hegemonía y el control de la orientación política, social, económica y cultural de la nación”?
V
Yo no digo que el periodismo hecho en Globovisión sea mejor que el periodismo hecho por Juan o por el medio donde trabaja Juan, simplemente son diferentes. Lo que sí digo es que de haber sido periodista, hubiera querido ser periodista de Globovisión. Por eso sigo aquí, aunque sea como abogado, colaborando con profesionales y trabajadores en cuyo periodismo creo. Y mientras haya aquí empresarios y comunicadores comprometidos con su país, con la democracia y con el pluralismo, seguiré aquí.
“La literatura debe comprometerse con los problemas de su tiempo y el escritor escribir con la convicción de que escribiendo puede ayudar a los demás a ser más libres, sensibles y lúcidos”
Mario Vargas Llosa. La civilización del espectáculo. 2012