jueves, 2 de septiembre de 2010

Una isla es una isla... Por: Colette Capriles

Thomas More cuenta en Utopia que el patriarca fundador, Utopus, tomó como primera medida la de transformar el territorio recién conquistado, Abraxa, en una isla, destruyendo el istmo que lo unía a tierra firme. La insularidad vendría acompañada de fortificaciones; de hecho, la demolición del istmo fue llevada a cabo por los habitantes primigenios junto con los soldados del caudillo "para evitar que considerasen esa faena como humillante". El acto fundador es el aislamiento y la seguridad; es decir, la construcción de un espacio inmune al cambio y a la diferencia. Quedaba inaugurado el reino de "lo mismo".

Ha sido imposible para el Gobierno cortar la infinidad de istmos que nos unen al mundo. Ha optado, en cambio, por crear su propia isla, calco cada vez más exacto de aquella otra en la que, cruel metáfora, vuelven los zombis pero mueren los dignos. Y en la medida en que se muestra la imposibilidad de la implantación de la isla, se vuelve más necesaria.

El proyecto político del chavismo es, también, cada vez más sintético: crear una réplica de Cuba en este país y asfixiar, expulsar o demoler todo aquello que no quepa allí. Se ha cansado ya de pagar a letrados y a doctos para elaborar doctrinas menos crudas; en definitiva, la isla es propiedad de un caudillo y bastará con su imagen para justificarla.

El proyecto fracasa. Pero el mimetismo es más intenso. Y ha cruzado un espantoso umbral con la muerte de Franklin Brito. La misma crueldad, la misma atrocidad. Como si en la visita tributaria que dispensó Chávez a los Castro últimamente se hubiera producido alguna horrenda transfusión moral. La expropiación, el abuso, la burocratización primero; luego la psiquiatrización forzosa, juez de por medio; finalmente el campo de concentración: la clausura y el silencio. No es por omisión o negligencia que tuvo lugar esta muerte, sino que fue el resultado de un sistema que puso en juego todas las formas de exterminio de la diferencia. Que ese sistema se expanda más allá de la isla es lo que está en juego, y Chávez lo afirma cuando se plebiscita.

Ha dicho: "huele a 2012". Pretende así convertir la campaña electoral parlamentaria en otro plebiscito cambiando el horizonte temporal y afirmando, cómo no, su desprecio por la Constitución y por el Poder Legislativo, convertido en mero escenario de aclamación del monarca. Intenta convertir en irrelevante, desde ya, la derrota que se perfila. El hecho inminente de que a partir del 26 de septiembre su control sobre el Legislativo habrá disminuido. Pero más que la autonomía de los poderes, es otra cosa lo que le preocupa: la evidencia de la formación de una alternativa política que, al cabo de un par de años, lo sustituirá. La "demolición" que constituye el grueso de su oferta electoral es metáfora elocuente: reconoce la construcción, lenta y progresiva, de un movimiento que, con sus tensiones y contradicciones, es capaz de aglutinar la decepción, la inquietud, la aflicción de una sociedad atenazada por el abuso de poder.

Pero, ya lo decíamos: es el reino de "lo mismo". La intemporalidad de Utopía resulta venenosa. Chávez repite el esquema de 2007: promete radicalización y cartilla de racionamiento, confía en su propia mitología mientras esconde a sus impresentables candidatos, juega con el resentimiento creyendo que con ello mata el hambre, la decepción y la indignación. El país le responderá, sin duda, como en 2007.

Fuente: El Nacional. 02/09/2010. Caracas: Venezuela. Página A9. Negrillas añadidas.